domingo, 29 de enero de 2017

Jurassic Cuban Park

A propósito de una polémica simbólica (tal vez simbólica polémica) sobre banderas y quelonios


Miseria Cuba

¿Por qué te sorprendes, Ravsberg? Si la jauría viene con hambre demorada, es sólo porque estuvo entretenida con otros bocadillos sustanciosos, probablemente, es triste decirlo, con algunas deliciosas masas de caguama, animal casi extinto y privilegiado en ciertas mesas. Desde luego, para comérsela habrán tenido que despellejarla primero y despojarla de su piel alegórica y patriótica. Parodiando a John Boyne, con perdón: La jicotea con el pijama de rayas.

Por suerte, tus ahorros y tu internet de palo no dejan de ser tuyos, y si otro te paga, sea de izquierda, de derecha o ambidextro, el problema no sería venderse al mejor postor ni largarse con la de trapo, sino asegurarse que los postores no sean de trapo. Cuando los perros te ladren tan cerca como para que distingas por su aliento que la cosa va en serio, recuerda preguntarte luego qué romancero ingenuo te hizo creer que la cosa iba en broma. Piensa que la gente que se molesta por una jicotea con chaleco tiene poco sentido del humor, a menos que accedas a disfrazarte como ellos.
Piensa que la gente que se molesta por una jicotea con chaleco tiene poco sentido del humor, a menos que accedas a disfrazarte como ellos.
Significa entonces que en algún momento cometiste el error de desnudarte, algo que has hecho una y otra vez en tus artículos. Utilizando su lenguaje, digamos que no estaban dadas las condiciones objetivas y subjetivas para sacudirte el polvo. Vamos, que no les convenía. Desnudarse en Cuba puede ser, entre otras cosas, utilizar una bandera como recurso mnemotécnico para abofetear capítulos históricos e histéricos y ayudarlos a emerger de su letargo obsesivo compulsivo. Sí, lo sé, las bofetadas no constituyen un método muy ortodoxo como prescripción facultativa; pero a la hora de las consignas, los gritos y los huevazos, nadie tiene tiempo ni deseos de ponerse a invocar el espíritu de Marx, mucho menos el de Freud. Habría que analizar muy sucintamente nuestro revolucionario complejo de Edipo si consideramos que en verdad la Revolución es nuestra madre. Yo, particularmente, soy más jungiano y me inclinaría por investigar las sincronicidades que llevaron a una pobre jicotea a convertirse en centro de cuestiones tan gravosas.
Puede que tu error, estimado Ravsberg, no fuera la jicotea en sí, problema que ontológicamente no tiene solución. Puede que tu error fuera la dirección del movimiento. Comprenderás que una jicotea que dirige su lentitud, paso a paso, hacia la derecha, es una flagrante violación de nuestros principios. No, no podemos darnos el lujo de repetir el pasado (por mucho que darse un lujo no es otra cosa que regalarse lo que valga la pena vivirse para hacer más llevadero el presente, sea lo que sea, cueste lo que cueste). Nuestros niños tienen escuelas y todos tenemos hospitales. Incluso hasta hace unos días teníamos la libertad de fabricar balsas y ahogarnos si nos daba la gana. ¡Total, si navegábamos por el puro placer de viajar y por amor a los deportes de alto riesgo!
Perdona que me inmiscuya: yo no habría quitado la caricatura. Es que no sé distinguir entre quiénes son los sinceros ofendidos y quiénes los ofendidos extremistas. Al fin y al cabo, la tortuga significa también longevidad y garantiza su presencia simbólica hasta el final de los tiempos. Nadie sabe si después del anunciado Apocalipsis, lo único que sobreviva sea un carapacho con una estrella, en torno al cual se reúna la asamblea de los justos de la Nueva Humanidad (Cubana y Revolucionaria, faltaría más).
...pero a la hora de las consignas, los gritos y los huevazos, nadie tiene tiempo ni deseos de ponerse a invocar el espíritu de Marx, mucho menos el de Freud.
Pues no, yo le hubiera dado un leve giro a la caricatura situando la cabeza de la jicotea mirando hacia la izquierda mientras se agarraba con sus patas delanteras a la soga de un asta. ¡La misma tortuga habría sido la bandera! No vas a negarme, Ravsberg, que sin renunciar al sentido original habrías redondeado el simbolismo caricaturesco evitando fastidiosos equívocos y el peligro latente de que jubilen tu internet de palo, y te envíen con tus ahorros hacia algún lugar donde tengas que pagar abusivos impuestos neoliberales dedicándote a escribir tus memorias cubanas.
Desde luego, la gráfica hace la gráfica. Yo no me hago responsable si algún pícaro (pudiera ser la otra cara de mi trastorno bipolar), sitúa un poco más a la izquierda, fuera del marco, una Estatua de la Libertad con la imagen de Trump, sosteniendo una antorcha con la imagen de Obama, con las llamas apuntando hacia la isla: los vientos soplarán de norte a sur con rachas de 120 repatriados por minuto... No se trataría en ningún caso de un panegírico al nuevo Donald de la Casa Blanca (el otro, el vitalicio, es el Pato). Ni siquiera sería una contienda de palabras. Si tu internet, amigo, es de palo, la mía es @nauta.com. Debes saber, como todos, que “.com” significa que estamos en el punto de mira del control y a punto de la complicación.
De cualquier manera, has sacado a relucir la famosa aporía de Zenón de Elea, aquella en la que pone a batallar como iguales al singular Aquiles y a una tortuga desconocida. Contra todo pronóstico y gracias a los números infinitesimales, Aquiles nunca llega a darle alcance a la tortuga. Cuando emprendiste esta carrera, Ravsberg, la tortuga de marras llevaba más de cincuenta años caminando. Sencillamente, te han reducido al absurdo, algo de lo que también fue pionero el tal Zenón; la hipótesis es lo contrario de lo que tú consideras cierto, llámese opinión diferente, llámese matiz de la incongruencia, llámese quelonio disfrazado a su pesar. Nunca, claro está, para los efectos anecdóticos de la historia, sonará melódicamente igual “la aporía de Aquiles y la tortuga” que “la aporía de Ravsberg y la jicotea”.
No tiene sentido, hermano, y en ningún sentido. Moraleja: si envías cartas desde Cuba, al menos como tú lo haces, ten por seguro que más tarde o más temprano terminarás enviándolas a Cuba. Lección aprendida: no las envíes nunca con una jicotea.

Nota. Declaración jurada. Por esta vía, hago constar que comencé a leer a Fernando Ravsberg y sus “Cartas desde Cuba” estando en Cuba, qué remedio, y lo hice, más que nada, porque un amigo que lo seguía fue condenado, por esa misma razón, a un mes sin conectarse a internet en su centro de trabajo. Por lo tanto, este artículo no tiene pretensiones de intercambio polémico ni polisémico. Yo diría que, más bien, es un artículo ecológico porque a mí sólo me preocupa la jicotea. La jicotea modelo, por supuesto, nunca la alegórica.