viernes, 23 de diciembre de 2016

Génesis del infierno

Neveras Cerradas.
La incongruencia de los totalitarismos es, precisamente, el absoluto que pretenden y el ridículo que procuran. De esta manera, la bebida puede convertirse en una especie de termómetro social.
En el principio fue la cerveza, y cuando Dios separó las aguas, en el medio colocó una fábrica de cerveza. Ese fue el motivo de la discordia primigenia, el que llevó a nuestros abuelos a pasar condenados el resto de sus vidas, y a pasarle la condena del placer etílico a nuestras vidas. La mitología varía según el gusto y la latitud, y la cerveza puede ser sustituida, sin afectar la historia, por otros licores. Al fin y al cabo, el infierno es el ayuno y la abstinencia forzados.
Existe una relación intrínseca entre el alcohol y el divertimento. Sin embargo, también se bebe muchas veces para ahogar las penas o para rescatar de la memoria los recuerdos más impertinentes. Otros beben por costumbre o por contagio. Y los de más allá, beben porque les da la gana, sin que ello implique una razón de asentimiento o negación. De cualquier manera, habría que preguntarse de quién fue la idea de concluir las grandes concentraciones del Primero de Mayo y otras alegorías, vendiendo cerveza a granel para encausar los entusiasmos recalentados.
…habría que preguntarse de quién fue la idea de concluir las grandes concentraciones del Primero de Mayo y otras alegorías, vendiendo cerveza a granel para encausar los entusiasmos recalentados.
En el principio se corrió el chisme de que estaban vendiendo cervezas en el mercado. De manera que la gente fue, compró y bebió. Nadie quería festejar nada. Sólo querían sentarse a comentar los acontecimientos y las preocupaciones, pero en los lugares donde podían sentarse, estaba terminantemente prohibido consumir bebidas alcohólicas. Entonces la gente, un tanto arrinconada, siguió bebiendo, también un tanto cohibida y un tanto temerosa de estar cometiendo un delito de lesa humanidad. Quizás fueran las miradas reprobadoras de los que pasaban gozando del poder de la inercia y del poder de los privilegios. Sólo pasan de largo los que no se sienten implicados.
Después, volaron órdenes y contraórdenes hasta que definieron: “¡Paren el tiro! A la gente se le está calentando el pico”. Esto fue el segundo día según las Escrituras. En cuarenta y ocho horas los vendedores ilegales hicieron todo el dinero de sus próximas vacaciones en los Cayos.
Al quinto día, turbia la calle aún por el paso del cortejo fúnebre, volvieron a entreabrir las compuertas con idéntico resultado. Esta vez no esperaron mucho tiempo para cortar la naranja al medio: sólo se puede vender la cerveza caliente y para llevar. Como en el mercado el refrigerador seguía lleno, la gente, cansada y con ganas de comentar acontecimientos y preocupaciones, cogía la cerveza fría, pagaba, y se iba para regresar luego porque, sencillamente, no apetecía comentar ni llevar (más) preocupaciones a la casa.
Se imponía una solución radical. Si la cerveza fría era la que estaba causando los disturbios, había que darle un escarmiento, había que asustarla para que no encabezara subversiones. Y para esto, nada mejor que darle donde le duele, encerrarla allí donde sufra el estar inalcanzable al alcance de todos.
La incongruencia de los totalitarismos es, precisamente, el absoluto que pretenden y el ridículo que procuran.
Y en el principio fue la estupidez, y cuando nuestros abuelos insistieron en quedarse en el Edén tomando la prohibida cerveza de manzana fermentada (aquí tenemos una versión libre hecha de fruta bomba), un Adán agotado y todavía adolorido donde la costilla le había sido transformada en una caprichosa Eva que, en medio de los sopores del alcohol, le hacía guiños a otro Adán que describiría luego con cara de serpiente, pero no estaba segura, el Ángel Tabernero tuvo una idea ingeniosa para que las medidas fueran respetadas. Solicitó un rollo de cinta adhesiva y dejó encerradas para siempre a las cervezas, no el siempre eterno de hasta la victoria, sino el siempre cuya eternidad queda definida por su propia incongruencia, es decir, hasta pasado mañana o un día de estos.
Las cervezas no chistaron. Siguieron conversando entre ellas las angustias y frustraciones de quienes pretendían bebérselas, observándolos a través del cristal cada vez más empañado por la humedad del frío interior de la nevera, cuya puerta había sido clausurada por las bandas de cinta adhesiva haciéndola lucir como un soldado del ejército napoleónico.
Los vendedores ilegales de bebidas comenzaron a planificar entonces unas vacaciones rigurosamente inéditas. Que lo logren o no, ya eso es otra historia.