viernes, 30 de diciembre de 2016

Carta a una carta

A todos los que con sus huesos forman la arena del abismo del estrecho de La Florida,
para que los turistas que veranean en los cayos del norte de la isla
piensen que tal vez se broncean tendidos encima de los restos
de esos cuerpos perdidos para siempre.
Puede que así moderen un poco sus alabanzas.
Balsa en el mar
Llegas cuando espero una noticia y apareces resguardada en un sobre de diez centavos sin remitente ni sellos oficiales. Algún anónimo mensajero te echó por debajo de la puerta, quizás el mismo personaje que te redactó. Entenderás que así no puedo darte crédito.
Tu cuerpo ensamblado de ideas descansa lánguido ante mí. Te prefiero a distancia, sin tocarte. Sería una burla que ambicionara tu despliegue y te convirtieras de pronto en el gato de Cheshire, esfumándote a voluntad y dejándome tan vacío como estaba tu cuerpo antes de ser tatuado por una inspiración desconocida.
...¿puedes decirme... quién no ha sentido el pánico que se avecina cuando los límites imponen su hegemonía y ya no hay vuelta atrás y el horizonte se aleja?
Me pregunto si rechazar lo que me ofreces guarda algún entresijo moral, si ignorarte es ignorar a tu escribano, y si de esa manera puedo provocarle la muerte a ese sujeto desconocido en el supuesto caso de que tu contenido refleje su importancia.
Pero no quiero saberlo. Espero el resultado del sorteo de visas, lo que todo cubano conoce popularmente como “el bombo”. Viene en un sobre amarillo que te supera en tamaño. Hace tres años que estoy sentado en este lugar, esperándolo, y no pienso moverme. Por eso no quiero saber tu mensaje. Tu tamaño no me inspira confianza. Comprende que después de tanto tiempo, sólo quiero irme de aquí... porque siento miedo. Es cierto que me decidí muy tarde, lo pensé demasiado; sin embargo, ¿puedes decirme quién no tuvo miedo en circunstancias parecidas, quién no ha sentido el pánico que se avecina cuando los límites imponen su hegemonía y ya no hay vuelta atrás y el horizonte se aleja? He tratado de pasar inadvertido porque no quiero que vengan a importunarme si no me traen el sobre amarillo.
Grita desde tu silencio o enseña a gritar a mis palabras.
Escribo esta carta para situarla a tu lado. Sea cual sea tu contenido, perteneces al mundo epistolar y no me cabe duda, entonces, de que puedan comunicarse entre ustedes. Después, aunque suene desesperado, te devolveré a la calle y encaminarás mi petición. Grita desde tu silencio o enseña a gritar a mis palabras.
Es el favor que te pido. Yo permanezco. Aunque no te leyera, mi incertidumbre no será mayor por devolverte sin saber quién tuvo la idea de echarte por debajo de la puerta de la bóveda familiar donde descansan los restos de mis antepasados, este lugar donde me vi de pronto hace tres años luego de echarme a la mar en una balsa.

* Nota. Con ligeras modificaciones realizadas por el autor, este trabajo forma parte de la antología publicada por Ojos Verdes Ediciones, España, con los ganadores y finalistas del I Concurso de cartas Cartas que nunca escribiste.