lunes, 27 de marzo de 2017

Sueños de crucero

Crucero dentro de Jarrón Roto
Hoy me levanté con ganas de ser turista. Busqué mi hucha y la rompí en los mil pedazos de la miseria y el poco a poco.
Mi hucha no es un cerdito modelo, de esos tan sonrosados que mueven el celo vegetariano y hacen considerar por unos segundos acabar el resto de la existencia rumiando el marabú de los campos desolados y desnutridos. No. Mi hucha es una vieja tinaja heredada con el monstruo que nos sirve de hogar, una de esas tinajas que guardaban el agua clara de los filtros que reposaban sobre su boca abierta al cielo, como un pez que aspira a ganarse la otra vida cuando lo sacan del mar mientras su eslabón inmediato en la cadena alimenticia le rasga las entrañas para sacarle el anzuelo que desprestigió su hábitat.
Mi hucha no es un cerdito modelo, de esos tan sonrosados que mueven el celo vegetariano y hacen considerar por unos segundos acabar el resto de la existencia rumiando el marabú de los campos desolados y desnutridos.
Mi hucha es una vieja tinaja sin filtro que mi hermano pintor adornó con símbolos que hubieran hecho las delicias de los hippies en los sesenta, patas de gallina, espinas de pescado, códigos carabalíes, proyecciones del alcohol haciendo de las suyas en el cosmopolitismo neuronal de un reo pretencioso de libertades. Nuestra hucha sirve de refugio a las monedas que nunca llenarán su vientre de arcilla acalorada, ni por volumen ni por valor. Guarda su celo de tripa afectiva y misteriosa, como esos estómagos que se inflaman indicando una buena vida nutritiva o una mala vida de cerdo de fin de año, consumidor de cáscaras y sobras. Pero tales vientres dan sus buenos frutos. A veces, moneda a moneda ceupeiana, pueden conflagrarse para dar a luz la unidad ceuceiana* necesaria para defecar un privilegio. Desvirgué mi hucha, una vez más, y me parió el gusto de la imaginación.
Guarda su celo de tripa afectiva y misteriosa, como esos estómagos que se inflaman indicando una buena vida nutritiva o una mala vida de cerdo de fin de año, consumidor de cáscaras y sobras.
Entonces, me compré una cerveza que desató mis riñones y me hizo orinar todos los océanos del mundo. Me paseaba con la cerveza en la mano, como diciendo o anunciando: “¡Miradme, soy el privilegiado de la hucha, acabo de bajarme de un crucero!”, pero la gente no atendía a mis reclamos. Incluso más, alguien pensó que yo estaba de promesa religiosa y me adelantó una moneda, una de esas monedas que sólo sirven para el gota a gota de la paciencia de una hucha que sonríe con cara de cerdo feliz e ignorante de que un día, preferiblemente de fin de año, le rompen el corazón para alimentar sueños de turista.

* Ceupeiana y ceuceiana. De CUP y CUC, las monedas que circulan en Cuba. Un CUC, llamado popularmente “chavito”, equivale a 25 CUP. Ambas son nacionales, pero la gente le llama eufemísticamente al CUC “divisa” o “dólar”.