miércoles, 29 de marzo de 2017

Anónimo viene de anémona

El Che en su lugar
Una madre visita la escuela de su hijo. Ha pasado la mitad del curso y le preocupa que del total de clases que el muchacho tenía que haber recibido, siendo generosos, sólo anda por un veinte por ciento.
El muchacho no es un seboruco. Aprendió a leer y escribir por su cuenta antes de empezar la escuela. Con siete años, su libro favorito era Las aventuras de Tom Sawyer, además de ser un apasionado del antiguo Egipto. Sus padres siempre fueron respetuosos con sus inclinaciones. Si el niño se iba por la carpintería, pues que Jesús lo bendiga. Y si sentía afición por el trinitrotolueno, aunque esté pasado de moda, que Alá lo proteja y lo guíe por la senda de los excavadores de montañas.
El problema es que con el tiempo, los ángulos de tales inclinaciones para alcanzar un equilibrio a mitad de camino entre el conservadurismo y el capricho no son pródigos en lo absoluto. Tan pronto se decantan por la llanura y se tornan irrelevantes, como propician la rectitud de los 90º y, por ende, la desventura. Para los fines objetivos del futuro, es lo mismo. Está demostrado que el espíritu gregario de cierta edad se deja influir más por el medio que por la educación hogareña, lo cual, por supuesto, tiene muchas aristas y no es dogma; pero no hay necesidad de enrolarse en teorías. Baste la práctica como criterio de la verdad, para ser consecuentes con el marxismo de nuestros genes.
Para un adolescente medio, por muy superdotado que fuera en sus orígenes, no tener clases es una especie de Paraíso: más tiempo para soñar con heroínas y masturbarse, más tiempo para diluirse en el saco del ambiente, más tiempo para ocuparse en naderías.
La escuela del muchacho entró en reparaciones al mismo tiempo que comenzaba el curso. De manera que los alumnos estuvieron “prestados” en horario de la tarde en una escuela cercana. Así transcurrió el primer semestre. El muchacho decía que era la mejor escuela en la que había estudiado. Por supuesto, la primaria la hizo en una escuela de referencia* que era como una especie de previa al servicio militar obligatorio. Para un adolescente medio, por muy superdotado que fuera en sus orígenes, no tener clases es una especie de Paraíso: más tiempo para soñar con heroínas y masturbarse, más tiempo para diluirse en el saco del ambiente, más tiempo para ocuparse en naderías. Cuando llegaba a la escuela y regresaba en media hora, sólo le faltaba exclamar ¡Hurra!, algo que por razones obvias no corresponde a su época. De haber gritado esa palabra, pudiera concluirse que al menos estaba recibiendo clases, no del antiguo Egipto pero sí de historia antigua. En ocasiones, el hastío puede sugerir el estudio de las tendencias contrarias. Sin embargo, también el hastío exige cierta calidad.
Y por fin llegó la hora feliz de mudarse a la escuela correspondiente. Las clases se interrumpieron un miércoles para dar los últimos toques y retomarlas el lunes siguiente. El lunes, la “nueva” escuela fue cerrada por insalubridad. Con la proverbial rapidez que poseemos para inventar lo inaprensible, se creó una fugaz etapa de escuela al campo sin campo que duraría dos semanas. Desde luego, estamos hablando del famoso trabajo voluntario. La madre del muchacho asistió a la reunión de padres (aunque casi la totalidad eran madres), y pudo constatar que la escuela distaba mucho de encontrarse lista para servir de muro de contención a los empujes adolescentes.
La directora, por supuesto, pidió colaboración y preguntó si alguien conocía un camión para botar los escombros. No faltó la simpática mamá que dijo conocer un camionero pero no un camión. Al final resultó que no conocía a nadie; sólo estaba haciendo un chiste que tuvo que tragarse pues nadie le rió la gracia. Mientras tanto, los muchachos debían ir todas las mañanas para ayudar en lo que se necesitara: cargar muebles, botar basura, limpiar el polvo... trabajo útil, en fin, aunque no fuera en el campo, algo que hacían muy bien o no hacían porque a la media hora estaban de regreso.
Esta mujer preocupada decidió hacer sus rondas por la escuela. Entre otras cosas, mientras esperaban el camión de marras, determinaron que los escombros no lucían mal amontonados en un rincón, y alguien sugirió colocar el busto de José Martí en la cima de la montaña de escombros imitando al Pico Turquino**, iniciativa que nunca fue aprobada y reveló la escasa imaginación que tienen las voces dominantes de la educación en Cuba.
Después, nuestra madre protagónica se interesó por ver las aulas y la llevaron al segundo piso. Por alguna razón, el aula que le correspondía a su hijo no tenía falso techo, de manera que lo que quedaba sobre la cabeza de los alumnos era un material aislante al que llaman lana de vidrio, pues está fabricado con un polvillo muy fino producto de machacar las botellas de cerveza importada que no pueden reciclarse excepto por los fabricantes caseros de puré de tomate. Ese material (la lana de vidrio, no el puré de tomate) queda oculto por el falso techo o cielo raso, como quiera llamársele, y éste a su vez evita que el polvillo que se desprende caiga sobre las personas, alumnos en este caso.
...mientras esperaban el camión de marras, determinaron que los escombros no lucían mal amontonados en un rincón, y alguien sugirió colocar el busto de José Martí en la cima de la montaña de escombros imitando al Pico Turquino...
La mujer se horrorizó. Para no pecar de sabichosa, preguntó a las madres presentes si conocían los riesgos de tener la lana por sombrero, y comprobó que sí, y también que aun conociendo el peligro literal que se cernía sobre la cabeza de sus hijos, no decían nada ni tenían interés en hacerlo. Entonces la mujer decidió pedirle una entrevista a la directora de la escuela.
Contra todos los pronósticos, la directora se mostró muy receptiva, sobre todo cuando la mujer le mostró una carta que había redactado con copia a todas las instancias pertinentes, donde narraba los avatares de las clases desde el principio de curso y la falsedad de lo que llamaban escuela terminada. Incluso más: la directora hizo catarsis y le reveló algunos chismes que le molestaban y le pidió que, por favor, retirara de la carta lo del camión para los escombros pues eso había sido idea de ella para “adelantar”. Puesto que la madre fue también en plan de ayudar, siempre y cuando fuera posible y legal, la directora le pidió asistencia para montar en power point una ponencia para un evento internacional, a saber: un manual a modo de glosario con el que pretendía enseñarle a sus profesores la correcta ortografía y el significado de las palabras básicas de sus respectivas asignaturas. Así, la madre pudo enterarse que los profesores de geografía escribían con s las palabras “cauce” y “macizo”, e ignoraban que el primero es la canalita natural por la que discurre un río y el segundo una cadena de montañas, dicho elementalmente.
La mujer llegó a su casa y le relató la historia a su marido. A pesar de la incomodidad, venía más tranquila porque se había enterado que las cartas con las quejas y reclamaciones habían sido numerosas, aunque todas, excepto la suya, habían sido anónimas. Desde luego, ahora tendrían que enfrentar posibles represalias con su hijo pues el asunto del aula fue resuelto de una manera que no le gustó a los profesores: le dieron su local a los muchachos de ese grupo, un local que sí tenía puesto el falso techo y estaba ventilado.
El marido escuchó el relato en todos sus detalles y digresiones sociológicas y contestó: Ciertamente, es una vergüenza lo de las clases y la ignorancia de los maestros, ¿pero sabes qué es lo peor en mi opinión? Que las madres y los padres prefieran el anonimato a la hora de defender a sus propios hijos. Anónimo viene de anémona, y los padres son como el pez payaso, que se acomoda entre sus tentácilos para vivir de ella, cuando en realidad es ella la que vive de él. El pez payaso está más preso que cómodo dentro de una anémona. Cuando quiere rebelarse, las células urticantes de los tentácilos de la anémona se encargan del resto. Este país es una anémona gigante, y nosotros los peces payaso que hemos preferido la comodidad de la cárcel social a la libertad de la rebeldía.
La mujer suspiró: Mi amor, tú siempre me tranquilizas... ¿Puedes decirme qué cosa es una anémona?

* Véase en este mismo blog, los artículos “Las estrellas del guerrillero”, “Disertación (evidente) sobre el aguacate” y “Corrección de estilo”.
** El Pico Turquino es el punto de mayor altitud en Cuba con 1974 metros sobre el nivel del mar. Está situado en la Sierra Maestra, en el oriente cubano. En 1953, año del centenario del nacimiento de José Martí, fue colocado un busto del prócer en la cima del Turquino. En la base del monumento aparece la frase: “Escasos como los montes son los hombres que saben mirar desde ellos y sienten con entrañas de nación o de humanidad”.