lunes, 3 de julio de 2017

Abluciones de Ernesto

Naturalmente, ya no puedo escribir nada claro sobre las cuestiones del miércoles y de anteayer; estoy demasiado lejos; lo único que puedo decir es que en ninguno de los dos casos hubo nada de lo que de ordinario se llama un acontecimiento.
Jean-Paul Sartre. "La náusea".
Frente al abismo
Excepto los domingos y escasos días que saltan la barrera de "lo mismo con lo mismo", todas las jornadas de Ernesto se pintan con los mismos colores grises y en el mismo lienzo deshilachado. Como el color de mi piel, me dice. La gente es de madre. Me ven prieto y me preguntan si estoy cogiendo sol. Me saludan los que me conocen, y los que me conocen saben que mi única salida es a la iglesia los domingos. El templo está tan jodido como yo, pero no tiene huecos en el techo. Son mis riñones que cada vez están más vagos y la sangre cada vez está más sucia. Si ves a alguien con la piel color cartucho, pégale el cuño: riñones jodidos.
En efecto, su humor es magro y negro. Ernesto alardea de no haber pensado en suicidarse en los 16 años que lleva estancado en la cama y en la silla de ruedas. Alardea y jaranea: No lo he pensado por falta de accesibilidad: los brazos y las manos me funcionan mal y no alcanzo amarrar la soga para colgarme como una guirnalda navideña. Cortarse las venas es de pájaros. Las píldoras que tomo para la espasticidad pudieran servirme en sobredosis, pero escasean, nunca logro acumular la cantidad necesaria, y si vas a morirte a conciencia, es mejor sin dolor. Darse candela es de mujeres con ataque de tarros. Y ahogarse... bueno, descartado por razones obvias.
...pero se había mantenido lúcido desde que salió del fondo de la bahía flotando como un tronco, tanto así que recuerda perfectamente la cucaracha que se paseaba por el salón.
Los prejuicios se cuelan hasta en el modo de morir, me digo... Razones obvias. El 31 de diciembre de 1981, Ernesto se antojó de ir a la playa. Al lanzarse desde un muelle, se partió la cervical que protestó diciendo: "crac". La conciencia se le escapó cuando lo ponían boca abajo en la mesa de operaciones, pero se había mantenido lúcido desde que salió del fondo de la bahía flotando como un tronco, tanto así que recuerda perfectamente la cucaracha que se paseaba por el salón.
El accidente le abrió las puertas a la fatalidad. Su padre, único sostén económico de la casa, fue atropellado por un automóvil y murió. Como manda la ley, la pensión derivada de sus años laborales fue repartida entre Ernesto y su mamá: 365 pesos (CUP) en total. Esos son los ingresos mensuales de este pedazo de familia, alrededor de 13 CUC en la conversión que obliga la doble moneda.
Si la casa nunca estuvo a tono con una existencia común, mucho menos ahora. La pendiente en la que está fabricada, alza los escalones de la puerta. Para subir, un vecino que lo ayuda coloca una tabla y lo empuja. Dentro de la casa, la vida de Ernesto se reduce a los programas del "paquete" y a su mamá flotando entre calderos. Una vez se entrevistó con un funcionario del Partido para gestionar casa. El funcionario prometió ayudarle y hasta le hizo firmar los papeles. A los pocos días se enteró que la casa vacante, amplia y accesible, se la habían entregado a un médico. No insistió. Es por gusto, me dice. Estoy cansado. Y caerle atrás a esa gente, igual que a los de la ACLIFIM*, cansa más todavía. Me voy a morir cansado y no me quiero morir cansado.
Él parece haber aceptado su función de puente con el más allá, que no parece tan terrible desde el momento en que aparece tan cercano al más acá que soy yo.
En un caso así, aunque no exista la pretensión del suicidio, es normal la obsesión por la muerte que uno puede vislumbrar como la propia imagen en un espejo. Paradójicamente, esta obsesión luce muy natural, lejos de la paranoia. Conversas con Ernesto y terminas aceptando este coqueteo con la muerte que se percibe con todos los sentidos. Él parece haber aceptado su función de puente con el más allá, que no parece tan terrible desde el momento en que aparece tan cercano al más acá que soy yo. Cuando lo saludo, ¿pudiera decir que estoy tocando la muerte con la mano?
A tono con su humor, se lo pregunto. Me responde: No sé, dime tú. Recuerda que yo pudiera preguntarte lo mismo. Por múltiples que sean las diferencias, no son tantas al fin y al cabo.
¿Es esa una conclusión de la fe? Por alguna razón, preguntarle por su intimidad espiritual me parece más serio que hablar sobre la muerte. Él rodea el seto: En mi casa nadie fue a ninguna iglesia. Después del accidente, fue a verme mi maestra de primaria. Muy buena maestra. En mi casa tampoco había nadie en política de ningún bando. Sin embargo, de esa maestra recuerdo que siempre fue católica, hasta en la época de la censura religiosa cuando los templos se quedaron vacíos. La recuerdo defendiendo a capa y espada su fe, de la misma manera que defendió a capa y espada su vocación de maestra. Después del accidente, ella me llevó a la iglesia. No me empujó ningún catecismo. Simplemente me llevó. Imagino que sabía lo que yo necesitaba entonces, de la misma manera que yo imagino que si en esa época hubiera tenido una maestra musulmana, en estos momentos estaría leyendo el Corán y despotricando contra los infieles. No sé, creo que la fe es algo muy circunstancial... si llega. Y si llega, sólo es creíble si padece, de vez en cuando, ataquitos escépticos. Posiblemente esté aquí (en la iglesia), porque es donde está la gente que conozco hace años, los que me acompañan de cierta manera. Creo que si tuviera una fe absoluta, no necesitaría estar aquí. No sé cómo, pero todo está relacionado.
Le pregunto entonces cuál es su pensamiento más grato y cuál el menos grato. Me responde en forma de acertijo: El más grato es el que me atribuyen todos, y el menos grato es el que me atribuyo si fuera verdad el que me atribuyen todos... El que me atribuyen todos es que necesito una mujer para tener sexo, porque es lo que piensan todos cuando ven una persona en mi estado. Puede ser verdad y es grato. Lo menos grato de eso sería que no tengo dinero para pagar ninguna, que no me gustan las mujeres pagadas y que sería una ridiculez de mi parte pretender que fuera de otro modo.
Me recuerdas al personaje de la película The sessions**, le digo. Eso es grato, me dice. Lo que no es grato es que el tipo existió de verdad, y que aquí no existen profesionales como la que protagoniza Helent Hunt. Ergo, es imposible enamorarse... Sencillamente, no soporto que me tengan lástima...
¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra?, reflexiono. Y él, como si adivinara mis pensamientos: ...porque como dices, tocarme es como tocar la muerte con la mano. Por eso tampoco me miro en el espejo.

* ACLIFIM. Asociación Cubana de Limitados Físicos y Motores.
** The sessions. Filme norteamericano del año 2012 escrito y dirigido por Ben Lewin, y protagonizado por John Hawkes y Helent Hunt, basado en un artículo de Mark O'Brien titulado "On Seeing a Sex Surrogate".

Nota: Las reflexiones de este artículo están basadas en una conversación (más que entrevista) que sostuve con mi amigo Ernesto Martínez Colina. Los datos referidos a su accidente, vida y familia, son reales.