lunes, 3 de julio de 2017

Abluciones de Ernesto

Naturalmente, ya no puedo escribir nada claro sobre las cuestiones del miércoles y de anteayer; estoy demasiado lejos; lo único que puedo decir es que en ninguno de los dos casos hubo nada de lo que de ordinario se llama un acontecimiento.
Jean-Paul Sartre. "La náusea".
Frente al abismo
Excepto los domingos y escasos días que saltan la barrera de "lo mismo con lo mismo", todas las jornadas de Ernesto se pintan con los mismos colores grises y en el mismo lienzo deshilachado. Como el color de mi piel, me dice. La gente es de madre. Me ven prieto y me preguntan si estoy cogiendo sol. Me saludan los que me conocen, y los que me conocen saben que mi única salida es a la iglesia los domingos. El templo está tan jodido como yo, pero no tiene huecos en el techo. Son mis riñones que cada vez están más vagos y la sangre cada vez está más sucia. Si ves a alguien con la piel color cartucho, pégale el cuño: riñones jodidos.
En efecto, su humor es magro y negro. Ernesto alardea de no haber pensado en suicidarse en los 16 años que lleva estancado en la cama y en la silla de ruedas. Alardea y jaranea: No lo he pensado por falta de accesibilidad: los brazos y las manos me funcionan mal y no alcanzo amarrar la soga para colgarme como una guirnalda navideña. Cortarse las venas es de pájaros. Las píldoras que tomo para la espasticidad pudieran servirme en sobredosis, pero escasean, nunca logro acumular la cantidad necesaria, y si vas a morirte a conciencia, es mejor sin dolor. Darse candela es de mujeres con ataque de tarros. Y ahogarse... bueno, descartado por razones obvias.