miércoles, 26 de abril de 2017

X = Karla(n) + Somos+

Karla María Pérez González, expulsada de la Universidad
Uno de los hechos que marcó mi vida definitivamente, fue la tiradera de huevos a la “escoria”. Desconozco si es cierta la famosa anécdota que narra el retorno (de visita, claro) de uno de esos repudiados y el regalo que le hizo al presidente del CDR, cabecilla rastrero de su vergüenza pública, de un cartón de huevos que, desde entonces, no son tan abundantes.
Siempre he pensado que las gallinas han tenido más conciencia cívica que el “pueblo en general”. Lo peor de todo es que esos mismos esbirros han tenido la desfachatez de decir que no podían hacer otra cosa porque su familia, su trabajo y su estatus estaban amenazados. Un burdo remedo de aquello que dice que tanta culpa tiene el que mata la vaca como el que le aguanta la pata. Las reses, como las gallinas, también han tenido su orgullo y, a su manera, han dicho con parsimonia de rumiantes: “Yo no soy Fidel”. Y por supuesto, tampoco la Revolución ni el concepto impuesto como un dogma ni el desprestigio de los próceres haciéndolos responsables de una continuidad cuyo principio es bien dudoso. Desgraciadamente, la perspectiva histórica que pueda tener mi nieto o mi bisnieto, goza más de la comodidad de los asientos de las cátedras que de la vivencia encarnada de esta realidad nuestra que dura ya más de cincuenta años.

sábado, 22 de abril de 2017

Las tetas de mi abuela

(No es continuación de los sastres, pero casi)


Mi abuela no es una Turista
Las abuelas fueron, sin pretenderlo, nuestras primeras disidentes, las incubadoras de los opositores de hoy en día. Si a estos les falta madurez, se debe a que fueron arrancados muy pronto de sus tetas pródigas.
Mi abuela, la única que conocí, murió hace años en otra latitud. Ni siquiera recuerdo qué edad tenía, y tampoco cuánto tiempo después del hecho concreto de su muerte llegó a mí el hecho concreto de saberlo. Mi padre dijo: Murió la vieja, y al decirlo vino a mi memoria la primera visita de mi abuela después que autorizaran los viajes de la comunidad. Se apareció con un pulóver en el que se leía: Yo no soy turista. Yo vivo aquí. Entonces no comprendí por qué mi padre se molestó por eso. El problema consistía en que la frase estaba en inglés. Por supuesto, cuando mi abuela regresó a Miami no me pude quedar con el pulóver.

lunes, 17 de abril de 2017

Los sastres de mi memoria

Ningún hombre puede tener el derecho de imponer a otro hombre
una obligación no escogida, un deber no recompensado
o un servicio involuntario.
Ayn Rand.
Sísifo el Sastre
Cuando era niño, en mi ciudad existían dos talleres para ajustar la ropa, uno para mujeres y otro para hombres donde vendían, además, sombreros y paraguas.
Más tarde, esos lugares dieron paso a otras empresas. Los sastres siguieron laborando en sus hogares, y las costureras lo mismo. Desde luego, era más frecuente encontrarse una costurera que entallara ropa de ambos sexos. Aparte de las milicianas y las comprometidas koljosianas, era difícil encontrarse una mujer que usara pantalones, dicho sea en el sentido de las prendas.